sábado, 17 de julio de 2010

El mercader de Venecia - William Shakespeare

"JESSICA.- Nunca estoy alegre cuando escucho música dulce.
LORENZO.- La razón es que vuestros sentidos están atentos: pues fijaos solamente en un rebaño salvaje y retozón, o una manada de potrillos salvajes, dando locos saltos, resoplando y relinchando, de acuerdo con su sangre ardiente; si oyen por casualidad el sonido de una trompeta, o cualquier aire de música toca sus oídos, percibiréis que se quedan inmóviles y sus ojos salvajes descubren una mirada mansa por el dulce poder de la música; por eso el poeta imaginó que Orfeo movía árboles, pierdas y torrentes, ya que que no hay nada tan resistente, duro y pleno de ira, que la música no pueda cambiar con el tiempo. El hombre que no tiene música en su interior, ni le conmueve la armonía de los dulces sonidos, es proclive a las traiciones, estratagemas y tretas, las mociones de su espíritu son oscuras como la noche y sus afectos tenebrosos como el Erebo: no confiéis nunca en un hombre así... Oíd la música."

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